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Yo solo hago mi trabajo

La luz se filtraba a penas a través de las finas lamas metálicas de la persiana veneciana. Esto hacía que el despacho permaneciera en suave penumbra, que en absoluto ayudaba a imaginar, que ahí fuera, el verano se encontraba ya en su caluroso cenit.

El burócrata, sentado tras su viejo escritorio, recomponía el meticuloso orden que reinaba en él; lápices y bolígrafos, perfectamente alineados; el abrecartas de decoración castrense que empleaba para arrancar grapas, a unos veinticinco centímetros de su mano derecha e inclinado de forma que hiciera un imaginario triángulo isósceles rectángulo con el vértice de la mesa; todos los folios pulcramente apilados y ordenados siguiendo criterios difíciles de asimilar por cualquier otro que no fuese él…

Hecho esto, miró con fastidio la lista. El número cuatro se estaba retrasando, haciéndole perder precioso segundos –lo menos diez –para colmo, no era capaz de descifrar correctamente el nombre, porque el insensato al inscribirse, había antepuesto a los apellidos solo las iniciales. Eso le incomodaba, porque le obligaría a aventurar un nombre cuando el suplicante entrase en su despacho. ¡Ah, qué dispendio! ¡Qué escándalo! ¡Qué vulgaridad, la imaginación!

Ya iba a levantarse para tratar de dar con el impertinente que le hacía perder su preciado tiempo, cuando vio unos nudillos golpear la puerta de su despacho, dejada entreabierta por el anterior. Dijo “entre” y el joven entró; dio los buenos días con voz suave y comedida y esperó con la cabeza gacha que le invitasen a sentarse. Esa actitud sumisa le gustó; un punto a su favor… que perdió al instante, al aportar corrección inmediata al hecho de ser mal nombrado.

“Pequeño vago imbécil, si te hubieses tomado la molestia de escribir tu nombre completo” –pensó el burócrata mientras completaba con lápiz las iniciales, a la vez que retocaba el número cuatro de su turno, inadecuadamente dibujado por el suplicante.

El joven aguardó con rostro amable y aparente tranquilidad, que él buscase el expediente de su caso entre la montaña de carpetillas de color marrón caja. Suponía que por dentro herviría de ansiedad aunque no se le notase demasiado… o al menos, eso prefería creer.

Halló el expediente, era un dossier abultado; éste chico había cometido muchos errores, muchas desviaciones de conducta, a los largo de su vida.

Antes de empezar a revisarlo, dio un vistazo rápido en otro listado atestado de nombres, los fallos de anteriores burócratas. Le preguntó que qué había pasado en tal o cuál ocasión. Tras sus gafas de lentes gruesas contempló como el chico se explicaba sin perder su aire imperturbable.

Excusas… Trataba de volver los hechos a su favor… además estaba omitiendo datos descaradamente.

El joven hablaba bien, con educación; y lo hacía sin desclavar la vista de sus ojos miopes. Y sin embargo… ¿No había un fondo de tremor en su voz? -¡Ja! ¡Te tengo mamoncete! Quiero ver como te desmoronas, quiero verte hincado de rodillas…

El burócrata emitió un sonido inarticulado de asentimiento y abrió el dossier. Armado de un lápiz con un color en cada extremo y con su cabeza de esqueleto apoyada en puño, se puso a examinar toda la documentación con exasperante minuciosidad. Aunque el puño le tapase los labios, no por ello dejaba de oírse el chasquido de estos al abrirse y cerrarse. No es que se le escapase el concepto de la lectura mental, sino que quería hacer partícipe al suplicante de su lectura, al igual que redondeaba ostentosamente partes de ciertas frases con su lápiz bifaz. Todo iba ello enfocado, por supuesto, a quebrantar su moral. Desde luego la reclamación del joven no carecía de fundamento; ya había pagado con creces su falta de ortodoxia y sus rebeliones contra el sistema, y sin embargo… no por ello resultaría menos satisfactorio ver quebradas sus esperanzas. Porque lo que sí estaba claro, es que en esta partida de mus el era y sería siempre mano.

El burócrata señaló sus fallos más notorios, fallos que el joven no negó, aunque apuntó cómo se había esforzado en corregirlos y a continuación trató de explotar la vena sentimental, hablando de la impotencia y la frustración que le había producido no haberlo conseguido a tiempo. El burócrata asintió; bien jugado; y siguió su minucioso examen de los datos brutos.

La sucesión de replicas y contrarréplicas duró un buen rato. Simple peloteo de calentamiento, como en tenis; el partido empezaba ahora…

Tendió la trampa; fingió confundirse, malinterpretó adrede folios enteros, al fin dijo que en realidad pensaba que en el pasado se le había juzgado con demasiada indulgencia, que su castigo debería de haber sido mucho más severo, concluyendo la frase con una risa de superioridad. Al joven esto le hizo ganar aplomo, debió pensar que ya le tenía en el bote. Con paciencia, podría decirse que casi infinita, se dispuso a sacarle de su error. Qué magnífica actuación, qué dramático gesto por parte del burócrata cuando quiso hacer ver que en efecto se había equivocado, que estaba maljuzgando al chico.

La trampa estaba tendida y… ¡Ahí estaba! ¡Una sonrisa! La sonrisa del alivio, de la esperanza. El joven se creía con posibilidades de salir de esta.

Ahora… la estocada de muerte…

Cerró el dossier de golpe: “Lo siento pero no puedo hacer nada”

El chico… el pánico en sus ojos; él se alimentaba de eso.

A penas trató de balbucear algo… un último pero, una débil excusa, estaba suplicando ya… ya no buscaba justicia, ahora solo buscaba clemencia…

Clemencia que por supuesto no iba a hallar… no en es despacho… ni en ninguno de aquel edificio…

“Créeme, en lo que llevamos de mañana, casos como el tuyo he visto ya bastantes”

“No puedo hacer excepciones”

El chico estaba ya de pie, con la cabeza gacha, ya se iba para la puerta, siempre es así, ninguno se revela, todos tienen miedo a perder lo poco que tienen, lo poco que son, apenas nada, pero algo al fin y al cabo.

“Lo siento de veras, mi deber es estar aquí, detrás de esta mesa, yo solo hago mi trabajo…”

Ya estaba en la puerta; el joven salió cerrándola. El burócrata se quedó solo, cualquiera que hubiese estado en el despacho le hubiese visto sonreír.

Solo tenía que terminar una frase.

“…y me encanta”

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Por: El Exiliado del Mitreo
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Acerca de Exiliado del Mitreo

Hago muchas cosas, pero principalmente me gusta pensar que soy un tipo que a veces escribe...

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